"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


1 de marzo de 2011

10 momentos V, de Jorge E. Lage








Por Jorge E. Lage


HACE poco cumplía un año de estar muerto
un viejo mito de las letras norteamericanas:
J. D. Salinger. Su debut literario no pudo
haber sido más espectacular: The Catcher
in the Rye (1951), la novela que apuntó
al desencanto y la angustia rebelde de
varias generaciones de lectores, en particular
jóvenes y adolescentes. Después vino
esa corta y magistral serie de relatos y
noveletas. En la avalancha de artículos
que siguió a su fallecimiento, se habló
tanto de su obra como de su vida de escritor
oculto, inaccesible, celoso guardián
de su intimidad.


Hay otro escritor norteamericano cuyo
nombre está asociado a la reclusión. Un
heredero de Salinger en eso de esconderse,
de hacerse invisible. Se trata de Thomas
Pynchon, quien desde hace medio siglo vive
alejado de la luz pública. Conocemos su
rostro por viejas fotos de sus años de estudiante.
Fuera del alcance de cámaras y micrófonos,
sin ningún contacto con los medios
de prensa y sin toda esa parafernalia
(lanzamientos, ferias, book-tours) de la
que suele tomar parte un escritor profesional,
Pynchon ha levantado, libro tras libro,
una muralla a su alrededor.
En los 70 corrió el rumor de que Pynchon
y Salinger eran la misma persona.
Una idea que merece desarrollo. Pero lo
cierto es que, muerto Salinger, Pynchon ya
puede reclamar para sí el título (¿cómo no
va a ser atractivo para un escritor?) de Gran
Recluso Americano. Esperemos que el azar
paranoico no encadene las muertes de ambos.
Que 2011 no sea el año de despedir a
Thomas Pynchon; a sus 74, todavía puede
darnos otra novela de las suyas. Mientras
tanto, no está de más recordar la primera,
su magnífico debut literario: V (1963).
En V, Pynchon ya muestra toda su
ambición y registra algunas de sus marcas:
lo literario es inseparable de lo científicotecnológico;
la Historia debe ser reescrita
desde sus bordes, sus agujeros, sus costuras,
para construir una genealogía alternativa
del presente y del futuro. La trama de
V se inicia en los años 50 y se desplaza,
mediante flashbacks, por toda la primera
mitad del siglo XX hasta finales del siglo
XIX, y recorre sitios como Nueva York, París,
Florencia, el Mediterráneo, el norte y
el sur de África, la Antártida... La trama,
en realidad, es una especie de conspiración
demencial que no tiene centro (y por
lo tanto no se resuelve nunca), o si lo tiene
es un vacío inabarcable: la letra V, que lo
mismo designa un país secreto, una ciudad
bombardeada, una diosa y sus diversas encarnaciones
(una lesbiana ciborg, una rata),
una rebelión popular o un proyecto de
investigación con fines militares.
A continuación, algunos momentos
interesantes del libro. Recordar la fecha y
todo lo que estaba en juego. Recordar que
Pynchon no tenía más de 25 años.
1. Rachel Owlglass, una muchacha “menuda,
huraña y voluptuosa”, está sola en
medio de la noche lavando su carro, un MG
del 54. Pero no sólo lo está lavando, está
hablando con él: “Tú, mi bello semental.
Me gusta tocarte...”, le dice al carro mientras
le pasa una esponja por el parabrisas.
Sin que ella lo note, contempla la escena
un ex marine judío llamado Benny Profane,
quien se percata entonces de que él no es
otra cosa que un schlemihl: un desgraciado,
un pobre diablo. “Ni siquiera pensé
que era una perversión lo que estaba viendo”,
le confesará capítulos más adelante a
Rachel. “Tan sólo estaba aterrorizado.”

2. Dos agentes de la CIA interrogan a
Roony Winsome, ejecutivo de la discográfica
Outlandish Records, un visionario siempre
a la caza de nuevos materiales. Resulta
que Roony ha estado situando micrófonos
en altos escalafones del Mando Aéreo Estratégico.
“¿Por qué?”, le pregunta uno de
los agentes. “¿Y por qué no?”, responde
Winsome.
3. Herbert Stencil, una suerte de aventurero
mundial, sigue la pista de unas extrañas
anotaciones en el diario que ha heredado
de su padre, el diplomático y espía
inglés Sidney Stencil. Interroga al doctor
Eigenvalue, dentista de Park Avenue con
aires de psicoterapeuta. Eigenvalue le dice:
“De alguna parte ha sacado usted la
sospecha de que estoy familiarizado con
los detalles de una conspiración. En el
mundo que usted habita, míster Stencil,
cualquier agregado de fenómenos puede
constituir una conspiración. Así pues, no
cabe duda de que su sospecha es correcta.
Pero, ¿por qué consultarme a mí? ¿Por qué
no consulta la Enciclopedia Británica?”
4. Un individuo misterioso y peligroso
a quien apodan El Gaucho, un agitador
“que ha estado demasiado tiempo en la
jungla”, está ahora en la Galería de los
Uffizi, Sala Lorenzo de Mónaco, contemplando
el cuadro que le han encargado robar:
El nacimiento de Venus, de Boticelli.
El Gaucho trata de entender y no puede.
Un cuadro confuso, piensa. Un cuadro que
oculta una disputa. Y la Venus, tan gruesa
y tan rubia, no parece estar mirando a
nadie.
5. Al Gaucho lo detienen, le vendan
los ojos, lo llevan a un consulado, allí lo interrogan
y lo encierran. Comparte celda
con Evan Godolphin, hijo del explorador
que descubrió Vheissu, una oscura región
de Asia que no sale en los mapas y que
ciertos poderes internacionales quieren
mantener en secreto. El Gaucho y Evan escuchan
a una muchacha en la calle cantar
una canción a su amor, “muerto en defensa
de la patria en una guerra lejana”. El
Gaucho le dice a su compañero: “Canta para
los turistas. Nadie canta en Florencia.
Excepto, de vez en cuando, los amigos venezolanos
de los que te he hablado. Pero
ellos cantan marchas, necesarias para mantener
la moral”. Y Evan, con la cabeza entre
los barrotes: “Puede que a estas horas
ya no tengas amigos venezolanos. Es probable
que los hayan arrojado al mar”. Entonces
el Gaucho se le acerca y le pone
una mano en el hombro: “Todavía eres joven”,
le dice, “sé cómo ha debido ser. Esa
es la forma en que trabajan. Atacan a un
hombre en su espíritu. Verás de nuevo a tu
padre. Y yo veré a mis amigos”.
6. Benny Profane trabaja como vigilante
nocturno en Anthroresearch, una empresa
que investiga para el Gobierno. Allí
sostiene conversaciones con Shroud, un
maniquí empleado en los experimentos de
absorción de radiaciones. Le dice Shroud:
“¿Te acuerdas, Profane, de la autopista 14
en las afueras de Elmira, Nueva York? Vas
por un paso elevado y miras hacia el oeste
y ves el sol poniéndose sobre un montón de
chatarra. Acres de carros viejos, apilados
en hileras roñosas. Un cementerio de carros.
Si pudiese morir, esa sería mi tumba”.
Benny se muestra de acuerdo: “Mírate,
disfrazado de ser humano. Deberían hacerte
chatarra. No quemarte ni incinerarte”.
Y Shroud riposta: “Desde luego. Como
a un ser humano. ¿Recuerdas los juicios de
Nuremberg? ¿Recuerdas las fotos de Auschwitz?
Miles de cadáveres judíos, apilados
como esas pobres carrocerías. Schlemihl, esto ya empezó”.

7. Hugh Godolphin, explorador de la
Royal Society de Londres, llega hasta el
Polo Sur. Piensa que sólo allí podrá encontrar
la paz. Planta su bandera y comienza
a cavar un refugio en la nieve.
Unos pies más abajo encuentra hielo transparente
y, bajo la superficie del hielo, un
mono araña perfectamente conservado.
“Creo que lo dejaron allí para mí”, dirá
Godolphin después. “Quizás para ver qué
yo hacía”.
8. Un ingeniero alemán llamado Kurt
Mondaugen es enviado a una plantación de
África Sudoccidental a investigar unas extrañas
perturbaciones radioeléctricas de la
atmósfera. Willem van Wijk, administrador
local, le advierte que en la zona soplan aires
de rebelión. Mondaugen sugiere que tal
vez la rebelión pueda evitarse. “¿No es para
eso que están ustedes aquí?”, pregunta.
Van Wijk se ríe: “Tiene usted ideas ilusorias
acerca de los funcionarios públicos”,
dice. “La historia se hace de noche. El funcionario
público europeo duerme de noche.
Así pues, lo que le espera en su buzón
a las nueve de la mañana, es la historia.
No la combata, trate de coexistir con ella”.
9. Sidney Stencil se encuentra con
Demivolt, un antiguo colega del Foreign
Office británico. Conversan. Dos viejos espías,
casi al final del libro, extrayendo recuerdos
de una complicada madeja de
misiones y escenarios. Se ponen melancólicos.
Están fatigados. Dice Stencil: “¿No
hay forma de que Vheissu sea una carpeta
archivada?”. Dice Demivolt: “Si consideras
que Vheissu es un síntoma, los síntomas
siempre están vivos en alguna parte del
mundo”.
10. Benny Profane se está tomando
unos tragos con una tal Brenda Wigglesworth,
una rubia que escribe poemas de
estudiante afectada. Se conocieron el día
anterior. Ella encuentra a Benny fascinante.
“No estés triste”, le dice. “Brenda,
todos estamos tristes”, dice él. Y ella, ya
borracha y con voz ronca: “Sí, Benny, lo estamos”.



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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.