"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


1 de mayo de 2011

Primavera, tú no estás sola (cuento), de Miguel A. Fraga



Primavera, tú no estás sola
(Del libro Cuentos del Amor Escandaloso, de Miguel Ángel Fraga)


Sí, soy GORDA y qué. Estoy cansada de mirarme y corregir mis defectos, pero qué le voy a hacer, estoy llena de celulitis y manteca. Aunque de perfil no me veo tan mal si escondo un poco el estómago. Que tenga unas libritas de más, que no son muchas -la gente es muy exagerada- no me convierte en horrorosa. Tampoco  voy a inhibirme de comer lo que me gusta: mis chocolates y pastelillos en las noches acompañados de un tecito o una leche fría. Todos dicen que soy comilona y gorda. Por eso me llaman la Gorda aunque mi verdadero nombre es Leopoldo Marcelino Martínez, pero con tal nombrecito es  como para olvidarse.

 Cuando me propuse adelgazar con una dieta rigurosa de cero calorías, casi me desmayo de debilidad en plena Rampa  cuando intenté correr para montarme en un camello. Y luego soportar las burlas de mis amigas, sobre todo aquella vez que me sorprendieron escondida en la cocina atorada con un pan duro que roía como una ratona. No, no, no, no. Yo debo ser a u t é n t i c a y punto. Mi naturaleza es así y pa’ lante como Miss Alicante. Además, lo quieran o no, tienen que admitir que soy la más simpática de todas; ya sea por mi carácter jaranero o mi forma romboidal. El día que hicimos el show de travesti en casa de Papito allí estaba yo entre las primeras. Canté la canción “Como una loba” –más parecía como una osa- pero fui la más popular de la fiesta. Recibí una ovación total y no faltó el extranjero que me puso unos billeticos verdes en el entreseno. Yo he aprendido a triunfar con mis méritos y tengo que sacarle partido. Ya me gustaría parecerme a Madonna o Jenifer López, mas en la vida real, con quien me comparan es con la Montserrat Caballé. Por eso la parodio de vez en cuando para arrancar las carcajadas de mis fans, qué se le va hacer, a esta altura con treinta y tantos años no creo que pueda aspirar a más. Dichosa Malú que es flaca y larguirucha y se cree una top model. Bueno, que se lo crea... está bien, pero de que llegue a serlo alguna vez, lo dudo mucho, muchisssssimo. Cuando más una dragqueen fea, más fea que la corriente. Ella siempre haciendo alarde de sus ventajas con los hombres, de que si todos la miran lascivamente de esta forma o de esta otra y yo estoy segura que miente; miente como mentimos todas cuando queremos  llamar la atención. No creo que pueda tener tanta buena suerte. Sin embargo, siento una envidia cuando la veo acompañada de uno de esos tarzanes que la vuelven loca: a ella, a mí y a toda mujer que se respete. Pero aunque ella no lo admita, me da la impresión que esos chicos reciben su dinerillo por debajo de la manga, porque tanta, tanta suerte es insoportable.  No me trago ese cuento de que sea por su figura estilizada y su sexy contoneo. Siempre ha sido como yo: penedictina. Y digo así para que crean que pertenecemos a una orden religiosa y no suene tan vulgar. Los varones la desquician, la arrebatan, la pierden; igual que a mí. La última vez que salimos en plan de conquista me convenció para que me pusiera una almohada en la barriga para andar La Habana como una  mujer embarazada. En principio no me pareció mala idea, pero una vez en la calle sentí tanta vergüenza que apenas si hablaba. Me parecía que llevaba un disfraz de carnaval y continuos temblores sacudían mi osamenta. Sólo pensaba en la policía que podía aparecer en cualquier momento y pedirme la identificación. Entonces se descubriría todo y públicamente me arrancarían el feto-plumas que cargaba en el vientre. En cambio, ella iba regia, toda una jinetera.  No se le notaba nada, como parece tan mujer. Pero yo, bajita y barrigona, era la versión femenina de Sancho Panza. Y así quería que me ligara al tipo del hotel Nacional… ¿estaría esa alma loca? Después que me refregué un poco-bastante con el hombre -que por cierto, no estaba del todo mal- me escabullí como pude porque su idea de invitarme a la habitación no me gustó nada, nadita, NADA. Ni muerta me hubiera dejado penetrar  en el estado en que me encontraba; además con los tragos que tenía de más pudo haber sucedido cualquier desgracia. Siempre ha sido así, desde que comencé con esta eterna máscara no hago otra cosa que divertir a los otros y divertirme conmigo misma. Porque tampoco voy a negar que la paso bien; lo único que mis sueños, mis verdaderos sueños, son sólo eso: quimeras.


Claro que sí, Malú. Soy gorda, pero no tonta. Además, algún día tenía que tocarme un rayito de felicidad; aunque sea por un fin de semana. Y fue tan bonito encontrarlo. Perdóname si no te llamé antes, yo sé que estabas muy preocupada por mí, pero era una oportunidad que no podía desaprovechar. Estaba solo en el Malecón y bueno tú sabes que yo soy buena para conversar, así que se me hizo fácil introducir cualquier tema sobre la noche, la gente que pasaba por allí, qué sé yo, las estrellas, no me acuerdo cómo empezamos a hablar pero lo cierto es que no me evitó ni tuvo ninguna expresión soez; así que quedé prendada de su virilidad y poco a poco, sin proponérmelo estábamos hablando sobre él, su vida y toda las desgracias que le habían sobrevenido en los últimos dos años. Había perdido a su anterior novia en un accidente automovilístico, no llevaba casco de protección y con tantas volteretas, sin llegar a ser ni aprendiz de trapecista, cuando cayó sobre el asfalto ahí quedó quietecita. Ni se enteró que pasó al reparto de los que callan para siempre. Y la que tiene ahora  le pega los tarros con cuanto turista visita la isla. ¡Vaya cuadro dramático! Pero lo que me maravilló fue su sinceridad. No se avergonzaba al hablar de ello. Y sus palabras me convencieron de que no era un mal chico y que era realmente sensible. Por supuesto que yo ya había tirado la almohada y estaba mucho más serena después de la huída del hotel Nacional.  Con este hallazgo tan masculino cualquier cosa puede ser superable. Pero de repente, así sin más ni más me recorrió toda, desde la cabeza hasta la puntita de los pies, y mirándome a los ojos con cara de pícaro más que de curioso me dijo que yo no era una mujer. Quedé helada, te imaginarás. Aquí mismo viene el bofetón -me dije yo- pero lo enfrenté. Bueno...  ¿y qué hay de malo si no soy una mujer? Cada uno viste como mejor le asienta a su cuerpo. ¿Está prohibido que los chicos como yo usen faldas? Se sonrió y escondió su cabeza casi entre los hombros. No sé, nunca había visto a uno vestido de mujer -confesó. Pues para que lo sepas y lo aprendas de una vez, yo soy lo que parezco, ni más ni menos: una afortunada casualidad de tu destino. En ese momento volví a ganar terreno y despedí ipso facto los temores de ser zarandeada, vejada y magullada. Lo tenía comiendo de mi mano; así de curioso lo había dejado. ¿Y quién eres tú?- preguntó entonces. ¿No lo notas? En esta parte, ya a punto de caramelo, di unos pasitos y desfilé ante sus ojos como en una pasarela haciendo gala de mi irresistible contoneo suicida. Soy La Primavera, mi santo. Puedes respirarme entera, huelo a hierba y flores silvestres. Aquí estoy para transportarte a un edén donde el pasado ya se ha ido y el presente… también. Allí mismo soltó la carcajada y me dijo que yo era muy simpática. Bueno, para qué seguir contando todo los disparates que fui inventando según el tono de la conversación.   ¡Al grano! Después de más de una hora bajo el sereno, la humedad y el salitre me invitó a su casa. Encantada, dije yo. (En realidad ya estaba harta del sonido del mar, esas olas que van y vuelven ininterrumpidamente. Estaba mareada.) ¿Dónde vives? En Pinar del Río. ¿Qué? ¡A casi trescientos kilómetros de La Habana! ¿Estás loco? ¿Cómo vamos a llegar? ¿En helicóptero? Casi que me descompuse, pero él estaba hablando seriamente y resuelto a todo. No estoy loco, soy pinareño y estoy de visita en La Habana; lamentablemente no tengo otro sitio donde llevarte que no sea a mi casa. Podemos  ir en mi moto. ¿Y en esa moto fue donde tuviste el accidente con tu finada novia? -pregunté así como de casualidad, hecha un manojo de nervios a punto de desfallecer.  Una vez más supuse que la felicidad es más difícil que convertir otra vez el diamante en carbón. Pero tampoco una va a tener tan mala suerte de perder la vida así como así ante las puertas de la realización. En menos de lo que tardó Blancanieves en morder la manzana de su madrastra ya estaba yo sentada en la motocicleta detrás de mi hombre y sonriendo al futuro.
En realidad, ¿quieres saber lo que pasó? Toda una aventura mujer. Me sentí la más dichosa de todas las gordas. Fue un viaje a lo desconocido, a un universo insospechado. La madrugada caló mis huesos, pero no me importó nada. Me trató como toda una mujer durante el fin de semana y llegué a sentirlo mi héroe, mi descubridor. ¡Oh, divina criatura yo en los brazos de Caupolicán! Los detalles no los cuentos pues soy una chica reservada y no quiero escandalizarte. En realidad pasó lo que humanamente debe pasar entre dos cuerpos que arden y gozan de sus partes pudendas. ¡El amor Malú, el amor que nos sorprende como agua en ebullición!


Si todo fuera como uno lo cuenta, como debió haber sido o al menos, parecido. Pero que uno va a decir después de oír que su marido quiere casarse con ella y hasta le propuso que se cambiara el sexo. No puedo aparecer como una derrotada que salió despavorida del hotel Nacional y que todo lo que le sucedieron fueron desgracias. Una tiene dignidad y amor propio. Sólo burlas recibiría, de Malú y de cualquier otra a la que le contara mi bregar en Pinar del Río. Y de que me compadezcan estoy sobrada. Porque de que fui a Pinar del Río, fui; y de que hubo una aventura no hay dudas. ¿Pero qué aventura? Esa es la que no he contado; pues una sabe dónde poner y quitar para que la historia parezca verídica. El pinareño era real, tan  real que me convenció para que le acompañara a su pueblo, que no era exactamente la ciudad de Pinar del Río sino un caserío unos kilómetros más allá,  escondidos en un tren de carga que alcancé a tomar por casualidad en el cruce ferroviario de la Ciudad Deportiva. Porque de la moto... ¿cuál moto? Pero como tenía unos traguitos encima y estaba supercaliente -tengo que reconocer mi otra debilidad aparte de los chocolates y los pastelillos- le seguí impresionada por el encanto que descubrí entre sus piernas. Nada, que siempre me pasan estas cosas por ardiente y descerebrada.  Si tuviera más sentido común...  Lo encontré o nos encontramos exactamente frente a la cascada de 23, en Infanta y Malecón. La hora: 00:35 am, justo después de mi estampida del hotel Nacional. Andaba desorientada, la almohada la había dejado no sé por dónde y  mi vestido estaba en condiciones lamentables, me había caído de bruces y uno de los tacones lo tenía medio suelto, a punto de perderlo si intentaba iniciar nuevamente la carrera. Un poco más y pierdo la zapatilla como Cenicienta, a diferencia de que no tenía un príncipe detrás sino la mirada belicosa de los guardias del hotel que me preguntaron sin ambages si había perdido algo. Si, el equilibrio, respondí.  Me compuse como pude y logrando un control casi total de mi cuerpo me dirigí, con tacón y medio, loma abajo hacia La Piragua. En realidad estaba muy aturdida; lo único que deseaba era desaparecer de la vista del Nacional. Pero aun así caminé por la periferia del hotel rumbo al malecón pero sin cruzar la avenida. Me  llamó la atención un grupo de chiquillos que cuando me advirtieron allí mismo hicieron la fiesta. Me regalaron piropos de toda clase, piropos que nunca en la vida habían escuchado estos vírgenes oídos. (Lo único virgen que me queda.) ¡Qué piropos! Me dijeron de todo, menos que era bonita. Así que me dije que esa no era una buena zona para andar como yo andaba y entre ellos surgió él, el pinareño, que se comportó muy amable interviniendo con sus amigos para que dejaran de insultarme. Nunca conversamos en el Malecón, intenté subir Rampa arriba pero finalmente en el cruce de semáforos me desvié hacia la calle Infanta rumbo a Carlos III. Para sorpresa mía cuando miro hacia atrás, allí a unos pasos estaba él sonriéndome. De lejos me preguntó si podía acompañarme y como en realidad me pareció diferente al resto de pelandrujos disminuí el ritmo de  mi velocidad para que me diera alcance. Conversamos de cualquier cosa, de la noche, del calor, del borracho meado y despatarrado en el suelo, de la pareja de tórtolos que se compactaban contra una de las columnas de los edificios de Infanta. Tomamos una guagua hasta 23 y 26. Entonces fue cuando comenzó a marearme con la historia del descalabro de su novia -la difunta- y el desencanto de la actual que le regala las camisetas y bermudas que jinetea a los extranjeros. A todo esto yo le respondía en el mismo tono con otras historias tan inverosímiles como las que salían por su boca. Por mi parte le dije que yo era una gran actriz del travestismo, reconocida en toda Cuba y también en el extranjero y que no había tenido relación con ningún hombre desde hacía aproximadamente siete años -¿seré mentirosa? Jugábamos a impresionarnos mutuamente. Lo del entierro de su novia, creo que nunca sabré si fue realmente cierto. Y es que ella quería que la incineraran, así como se usa en Europa, pero como en Cuba si no hay una orden firmada para dicha cremación, no hay candela por ninguna parte y ella no había hecho gestión alguna antes de morirse… Pues los padres decidieron quemarla por su cuenta y riesgo pero el mal olor fue tan desagradable y la fogata en el patio de la casa tan, pero tan descomunal -parece que se les fue la mano con el alcohol y la madera- que llegó el CDR, los bomberos, las milicias de tropas territoriales y todos los curiosos de la vecindad. Con tantos refuerzos el fuego fue apagado en un santiamén y el cuerpo a medio incinerar decomisado por las autoridades sanitarias quienes se encargaron  de darle sepultura en una fosa común. Cuando nos quedamos en 26 ya a mí me daba lo mismo chicha que limoná. Él me había convidado con varios traguitos de chispa ’e tren y  estaba hecha una locomotora. Contigo hasta el fin del mundo papirriqui –decía para mis adentros. Caminamos hasta la Ciudad Deportiva buscando un lugar dónde poder hurgar en sus intimidades. Ya había explorado medio cuerpo aprovechando la ausencia del alumbrado público y esto me animaba más, pero él no se concentraba lo suficiente, tan sólo lograba una mediana erección. Fue justo cuando escuchamos pitar al tren que se le ocurrió la idea de abordarlo rumbo a Pinar del Río. Pues pa’ Pinar del Río, mi santo. ¡El tren! Aquí comenzaron mis tribulaciones.
Reconozco mi perfil aventurero. Me encantan las escenas de película, sobre todos aquellos filmes de acción y como nunca he tenido la posibilidad de ser actriz, en el momento del abordaje del tren en movimiento hice todo el esfuerzo por demostrar mis cualidades histriónicas. Alaridos, payasadas, cualquier cosa fue poco. En la carrera perdí el otro tacón, así que mis  regios tacos se convirtieron en anodinas sandalias. El muchacho, viril al fin, subió primero al vagón y a duras penas logró a ayudarme a trepar. En realidad nunca me había sentido tan pesada. Pero prometo ponerme en forma, ya verán: en forma esférica, para rodar mejor. El tren hedía a ganado y estiércol   -porque nunca fue un tren de pasajeros sino de carga- y con el mal olor que nos rodeaba cualquier cosa podría contener. Ni quise averiguarlo. Pero el susto, la sofocación y la preocupación del pinareño por algún daño de mi constitución ósea hicieron que se aliviaran mis tensiones. La emoción se transformó en éxtasis cuando sentí la presión del chiquillo que no era lo que se dice un galán de cine pero en tales circunstancias, los detalles son los que menos importan. Era un hombre que tenía lo que hay que tener. ¿Y qué puedo añadir al respecto? Fui alevosamente poseída y estrellada contra una de las paredes de hierro. Si grité, no me acuerdo. Lo que yo sentí o creí sentir fue inesperado. Nada de besitos ni mamiriqui ni caricias. Fue directo al grano como un toro salvaje a tono con aquél tren inmundo. Me volteó e inclinándome hacia adelante me subió el vestido y con un salivazo me introdujo aquello como quien clava un clavo en la pared, sin miramientos, a martillazos, nada de espera que me duele, directo hasta donde dice made in se acabó. ¿Yo no andaba buscando un hombre? Pues toma, para que te duela. ¡Ave María Santísima! ¿Cómo crees que le pueda contar esta historia a Malú, ella que  tiene tanta suerte con los hombres? Ni muerta. Y lo peor no lo he contado todavía. Cuando acabó de satisfacer sus ganas allí quedé hecha un ovillo en un rincón sin ánimo de repetición. Con el vaivén del tren y el cansancio de la faena quedé rendida. No era para menos. Y al despertar, casi amaneciendo, cuando el tren pitaba que daba gusto y me rompía los tímpanos cuál fue mi asombro al no encontrar a mi  media naranja. ¿Dónde se había metido? Por más que lo busqué sólo vi pajas y bagazos de caña. Desde el vagón contiguo llegaban los mugidos de unas vacas y aquél tren que no paraba y yo sin saber dónde estaba ni lo que hacía encaramada allí. Ay Dios mío, a dónde he ido a parar. El chiquillo seguro que se lanzó del tren pues seguía sin aparecer; al menos que se haya caído. Pero si se cayó también cayó con mi cartera y mis prendas. Ohhhhh, qué horror, desvalijada y abandonada en paradero desconocido. Y lo más  terrible: sin dinero para regresar a la Habana y sin tacones…
Lo que me urgía era bajar de aquél tren que no paraba nunca. Yo no iba a saltar, a ambos lados del camino lo único que había era maleza y vegas de tabaco, tabaco mucho tabaco.   Y del pinareño, ni el condón. Pero para ser breve, cuando finalmente paró el tren para darle paso a otro que pasó prácticamente a la velocidad de la luz,  bajé muy a disgusto con  miedo de romperme una pierna -ahí sí hubiera quedado bonita con un pie fracturado- para encontrarme en medio de un campo dónde no se veía más que cielo y agricultura. No sé cuántos kilómetros caminé. Casi al mediodía llegué a un pueblecito con una sed y un hambre que mejor no digo. Y con la facha que llevaba la gente me miraba como cosa rara. Llegué a una cafetería insalubre y pedí agua, lo único que no se paga en este país. Rodeada de moscas y miradas curiosas seguí andando y tropecé con un guajiro bastante joven, con sombrero de yarey y todo. Más bien él tropezó conmigo y vestida como andaba me hice la coqueta y con mi arte logré que me diera las coordenadas del lugar y el camino a la estación. Lo vi dirigirse al baño de la cafetería y como una es osada detrás fui yo para orinar y a su vez lavarme un poco en el caso de que hubiera agua corriente. ¡Pero torpe de mí, infeliz aficionada! Cómo se me ocurrió entrar a un baño de hombres vestida de mujer. El guajiro me echó una mirada terrífica y todavía yo de inocente pregunté: qué pasa. ¡MARICOOOON!!! Me ha dado una de golpes y patadas que las ganas de orinar se me quitaron de inmediato. ¡Qué escándalo! ¡Qué vergüenza! Yo creo que todo el pueblo se enteró del suceso y otra vez tuve que agarrar a campo traviesa bajo un perro sol que rajaba las piedras, maquillada de un ojo y sin esperanzas de gritar auxilio.
Las cosas que le ocurren a una. Un día entero vagando sin rumbo por la campiña cubana. ¡Qué bonita! ¡Qué de palmas, qué de vacas! El vestido se me había roto de la costura, sudaba a mares y las tripas estaban dando tremendo concierto en mi estómago. Pero gracias a Dios no falta la maricona que le ayude a una. Por suerte estamos diseminadas a todo lo largo y ancho del territorio nacional. Fue un pájaro flaco -pero flaco, con el pelo planchado y con atraso de veinte años en el vestir- que me encontré en el siguiente pueblo que ya ni recuerdo el nombre. Muy buena persona, en verdad no puedo decir otra cosa. En cuanto le vi la pinta le fui para arriba, me identifiqué sin alarmarlo mucho y le conté mi drama. A punto estuvo de echarse a llorar conmigo. Porque eso sí, soy muy buena para la actuación. Él me prestó el dinero, en realidad me lo regaló pues con estos truenos  no  pienso visitar nunca más esa provincia. Pero le di mi dirección para que si algún día quiere venir a la capital, aquí tiene su casa. Estamos para ayudarnos y el favor que me hizo voy a agradecérselo mientras viva.


Bueno, sí y qué. Estoy enamorada. ¿Tú no tienes al tuyo con Samara y todo? Pues yo tengo el mío que me despeina en  motocicleta. Cada una es feliz con lo suyo. Aunque yo no sé por qué no te decides de una vez y te operas, Malú. Si tanto lo quieres, está de moda la Barbie Superstar. Pero en realidad no sé qué aconsejarte. Con lo alta que eres y lo poco agraciada de fachada –discúlpame hermana pero debo ser sincera- parecerías tortillera cien por ciento, te lo aseguro. Jamás pasarías como mujer. Es muy difícil Malú, ni aún proponiéndotelo, igual vas a seguir pensando como ahora, nunca como mujer. Pero haz lo que quieras, quién soy yo para meterme en tu vida. Aunque tienes razón, eso de transexualizarse –qué regia me quedó la palabrita- es una tontería. Yo creo que tu principal encanto para los hombres es la ambigüedad, ese nivel de aparente androginismo que los confunde. Por eso al mostrarse curiosos caen en tus redes. Si pierdes eso dejarías de ser auténtica, limitarías tu arte mi santa. Y también tu sensibilidad, porque lo uses o no, una logra sus orgasmos y más de uno ha probado nuestro tesoro escondido. Pero ay, quédate quieta Malú, estoy detrás de ti por toda la casa. ¿Qué se te perdió ahora? Hija, serénate que pareces el alma encantada. No me vas a volver histérica con tanto ir y venir, sino histórica. El hombre no se te va a ir. Oye ni que fuera el primero de tu vida. Mira, aquí están las tetas. Esta casa es una locura, deberías poner un poco de orden a tu espacio personal. Yo también voy a salir con mi hombre, el pinareño, ya te lo dije. Estamos enamorados. No me ha hablado de matrimonio porque no se usa, además tiene novia, la jinetera esa que en cuanto tenga una oportunidad se evapora en un chárter con el primero que le pague el billete. Tal vez me ausente todo el fin de semana, yo también tengo cosas que hacer; como ya no me prestas atención. Andas con tu fulano el santo día para arriba y para abajo. Pues sí, me voy pa’ Pinar del Río por el week end, o mejor, toda una semana o tal vez un mes, aquí no tengo nada que hacer. Malú, chica, te estoy hablando. ¿No me vas a tomar en cuenta? Oye, espera, olvidas el bolso. ¿Echaste los condones? Estas brutalmente despampanante, suerte querida y que tu hombre lobo no se te convierta en liebrecilla. Malú, Malú…
¡Qué mujer esta! Mira cómo me ha dejado con la palabra en la boca. Y qué hago yo ahora, sola. Aburrirme y hablar con el espejo, con la mesita de noche y con la lámpara -como siempre. Porque este desorden no lo voy a componer yo, ni que tuviera alma servil, de eso nada. Pero qué hago entonces. Qué habrá sido del pinareño y mis cadenas. Qué horror, mejor ni me acuerdo porque me deprimo. Tengo una idea. Yo también voy a salir, por qué quedarme en casa. Me vestiré como la otra noche, de mujer embarazada, a fin de cuentas ya no soy una aficionada y es lo que mejor va con mi figura de manatí. Qué hermoso sería poder concebir un hijo. Mi hijito. Yo con hijo, seguro que a la reina de Inglaterra no le quedaría más remedio que concederme la yegua de oro que prometió. ¡Falacias! Pero es un sueño lindo de todas formas. En la guagua me cederán el asiento y  seguro me preguntarán cuántos meses tengo. Cuatro, mejor cinco. Sí, me entusiasma la idea. Podría ir de tiendas, comprar algunas cosillas para la canastilla, será divertido. La vida siempre es divertida si la  tratamos como lo que realmente es: un sueño.

2 comentarios:

  1. Esto es un monólogo teatral que funciona en escebna. Saludos. Lauro

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  2. El conflicto en ese cuento está muy bien logrado desde el principio. Pedro Merino

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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.