"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


1 de septiembre de 2011

La laguna roja (fragmentos del cuento), de Pedro Merino


panoramio.com



  

LA LAGUNA ROJA

1

Dos seres vivían en una casa a la cual se llegaba mediante un terraplén. Había otro camino: una carretera. Pero los carros no tenían choferes y los albañiles decidieron ir por el terraplén.
 Los árboles eran anómalos a medida que un extraño se acercaba al único hogar en kilómetros a la redonda. Casi todos los postes eléctricos no tenían bombillos y los albañiles, a pesar de ser de día, le pedían a Dios y a los santos que no les cogiera la noche.
¿Estás seguro que es por aquí?
Oye, Cuzo, yo no nací ayer.
Con lo que nos paguen, estaremos un año sin trabajar.
Avanzaban en bicicleta y el calor los asfixiaba. Cuzo volvió a preguntarle a Heras por la dirección y escuchó un ramalazo de genio:

Ah, no, asere, no te voy a convidar más.
Es que... el lugar, Heras.
Volvieron a divisar una recta. Al final verían otra curva. Árboles y árboles en ambos extremos. Luego una recta y al extremo otra curva. Juzgaban darle la vuelta a un caracol.
¿No será la última?, le insinuó Cuzo.
Heras permaneció callado. Notó que las piedrecillas cambiaron de color y tamaño. Eran más grandes y oscuras. Percibieron el cambio de flora, como le había dicho un amigo. Solo faltaba que un león saltara encima de ellos.
Heras escuchó un gruñido y avistó a Cuzo.
No pensarás que estamos en la selva, repuso Heras.
Los perros ladran...
¿Y no gruñen?
En todo caso son perros grandes, le aseguró Cuzo, mientras apretaba el manubrio. A veces la copa de los árboles era tan alta que las ramas se entrecruzaban y limitaban la penetración de los rayos solares.
Cuzo volvió a pensar en la noche. En la madrugada. De pronto escucharon el gemido de alguien.  Los gruñidos habían desaparecido.
¿No será... un tigre?
Heras lo observó y agregó: un perro jíbaro.
¿Cómo lo sabes si no lo has visto?
Qué bruto eres... bruto no, bruta.
Pero agarró a alguien.
Fue a un animal, Pendejón González.
Tras varios minutos de silencio, percibieron unos gritos. Sabían  que faltaba aún para llegar a la casa.
A Heras le preocuparon los gritos. Podían ser de un hombre. Hay hombres que gritan. Pero eran gritos de miedo. A lo mejor era una pareja de novios. Cuzo sintió pánico y fomentó la idea de un depredador suelto. Heras comparó los gritos con jipidos sexuales y se entretuvo en recuerdos viriles. Tuvo una erección y pedaleó más despacio. A las mujeres les gusta el terror, asintió Heras, a esa la clavaron, seguro. Cuzo se adelantó y Heras lo llamó.
Ya vez, dijo Cuzo, yo tenía razón.
No podemos regresar.
Cuzo movió la cabeza con depresión. Estaban sudados. Heras volvió a pedalear cerca de Cuzo, quien miraba hacia los lados. Los follajes en la espesura le hicieron ver fieras.
 Los    albañiles   notaron   que   los   cantos   de  aves   habían desaparecido. Ni gorriones. Ni mariposas.
Ya estamos cerca, aseguró Heras.
Se detuvieron. Heras miró a Cuzo. Cuzo observó a Heras. A los alrededores. No vieron a nadie. Solo un zumbido de moscas y una hilera de hormigas bravas más grandes que las comunes, las cuales provenían de la casa.
Cuzo levantó la mirada y vio la edificación. De estilo colonial. Misteriosa. Desafiante. Le señaló el camino a Heras. Era cierto. La casa también estaba cubierta por árboles, cuya especie un botánico demoraría en descifrar, si existía. Al fondo de la casa había una laguna roja. Cuzo no lo quería creer. Pensó que la coloración era debido a una textilera, por los vertidos de la fábrica. Pero sabían que en kilómetros no había un bohío.
Todavía sin entrar a la edificación siguieron merodeando los contornos y vieron, detrás de la casa, a una carretera y escucharon los neumáticos y a algún motor.
 CONTINUARÁ...

Nota: espero les haya gustado su lectura. Pueden continuar leyédolo en el volumen de cuentos La laguna roja que pronto estará en las librerías y bibliotecas.

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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.