"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


2 de noviembre de 2011

A propósito de Cenizas del mediodía, de Carlos Barbarito



Cenizas del mediodía iba a ser el título de un libro que escribí hace, por lo menos, diez años. Por múltiples razones ése fue, finalmente, llamado de otro modo; el siguiente, al que sí estaba decidido a titular de esa manera tuvo que llamarse La orilla desierta porque en el catálogo de la editorial había un libro en cuyo título figuraba la palabra cenizas. A punto de abandonar toda esperanza un conjunto de poemas (de los que a continuación se publican cuatro) recibió un premio en México (Premio Editorial Praxis 2009); entonces opté por darle el postergado título, por fin. Claro, no voy a hablar del contenido -yo sólo soy el autor, amanuense del Espíritu, Bardo, Hado o Daimon-, de eso se ocupan otros. Sí diré que los poemas de este volumen son, otra vez, variaciones de una misma y poderosa obsesión.        

Quizás, tal vez sea adecuado reproducir aquí lo que alguna vez confesé: Una tarde, mientras caminaba con mi padre, le dije, o me dije a mí mismo: Voy a ser el más grande de los poetas. Mi padre se rió. Yo tendría por entonces 16 o 17. A esa edad uno puede, sin rubor o remordimiento, sentir lo que sintió Roussel, más o menos a la misma edad: uno es un prodigio, un Dante, un Shakespeare, un Victor Hugo en la vejez, un Napoleón en 1811, un Tannhäuser en Venusberg; el cuarto lleno de destellos, hay que cerrar las cortinas, impedir que la menor fisura posibilite la fuga de tal radiación, inunde el mundo, llegue hasta la China, porque de ese modo la multitud enloquecida podría abalanzarse sobre la casa. La vida se encargó de ponerme en mi lugar. Se encargó de enseñarme, a veces de forma cruel, que la poesía no se hace, digamos, con olas majestuosas o magníficos cometas sino de sus antípodas, ¿acaso no fue Picasso quien dijo: "Los cuadros se hacen siempre como los príncipes hacen sus hijos: con pastoras"? Amigos, denme una hoja de periódico, una cajita de fósforos, un charco formado por la lluvia y les escribiré un poema. No me traigan un Armani, una Krakatoa en erupción, un sillón Luis XV, porque entonces no habrá poema. Entre 1912 y 1915, Arthur Cravan transportaba los ejemplares de su revistaMaintenant en un carrito sin toldo, a 25 céntimos cada uno, mientras pensaba: "Prefiero, en cualquier caso, un amarillo a un blanco, un negro a un blanco y un negro boxeador a un negro estudiante".
Carlos Barbarito, Buenos Aires, 25 de octubre de 2011






Adiós a un sueño, no se hace... 




Adiós a un sueño, no se hace
en la piedra el Paraíso, no hay espacio para el fruto;
quién almorzará ahora si lo que irrumpe
es la noche, manteles sucios de ceniza.
Adiós al pan, al sabor de otra boca
en la boca propia, al deseo de cebada y centeno,
plano que se inclina para que rueden,
esposados, palabra y cosa, hacia el abismo.
En qué dialecto, por qué gracia,
a través de que mecánica:
si ahora viera tu rostro, cualquier rostro,
lo creería mancha, error de un supuesto Plan
que debiera ser blanco sobre blanco.
Hay sangre, verdín, torpeza,
crimen que no se oculta,
vulgar locura de marino ebrio,
Fuego de San Telmo visto por un instante
desde alguna dársena a la que abandonaron,
hace mucho, los pájaros. Adiós
a la topografía, al número primo,
a la balanza, a la señal en el cielo o la tierra;
ya no vendré, no vendrás,
no lloverá ni hará buen tiempo,
todo será imposible, la voz dirá no ha lugar,
y no habrá lugar alguno.






Todo comienza cuando no hay perdón... 




Todo comienza cuando no hay perdón,
ni salida hacia una claridad
al final del pasillo, con una mano débil
que apenas puede aferrarse al pasamanos,
cuando es tarde y nadie riega
el jardín olvidado por la lluvia,
las palabras arden sin humo
en los invernaderos vacíos,
todo se desata cuando el porvenir
se disipa, el presente se disipa,
las caras, aún las más amadas, se esfuman,
cuando la exploración acaba en el desierto,
todo se inicia cuando no queda follaje,
ni vuelo de ave, ni panes,
en el más crudo invierno,
en la más cerrada castidad,
en las ruedas hundidas en el barro,
en el desmayo de la invención,
en el fracaso del cálculo,
en la ceguera, en el exilio,
cuando sólo nos miran los animales, las estrellas.






Desde el follaje, el constante árbol sombrío... 
Ah! le poéte écrit pour le vide des cieux...Pierre Jean Jouve 


Desde el follaje, el constante árbol sombrío.
El niño no se apiada y se extravía en el agua.
Se apaga, se cierra con su secreto.
Para la santidad basta con un silencio espeso.
Para matar basta con un color, ocre o bermejo.
Rodean la ciudad, la devastan e incendian.
Lo profundo se divide y la pesca no se inicia.
Recogerán pañuelos donde nada perdura.
Habrá, seguro, un ojo caído y un No entre llanto y sangre.
Un humo erróneo, sin fuego.
Un padre tallado en bronce, eterno e inmóvil.
Una cal de la China, un siglo sin tu sexo.
El arco se tensa, la flecha se parte.
Se rompe la respuesta contra el metal del eco.
El corazón es inhábil, todo pájaro naufraga.
Un vacío al que sólo acuden el tiempo y los motores.
Un lenguaje al que tal vez sólo yo conozca.
O conozcan ciertos y raros animales, los muertos.






En vez de menguar, crece...




En vez de menguar, crece.
Qué anida en él. Qué lo nutre y sostiene.
Pienso en un espejo partido,
en un fármaco que no cura,
en una luz que sólo alumbra y no asiste.
Ante él, toda criatura inmóvil,
el ahogo del nadador, el bocado de la sal,
cuanto se zambulle y no reaparece;
hubo un pasado de cuartos secretos,
allí, amante y amada, lejos
uno del otro, arqueados y convulsos.
Qué de eso se estira hasta encontrarnos.
Y dónde nos encuentra, cómo,
por qué vía, a través de qué éter, qué silicio.



Nota de la Redacción: agradecemos a Editorial Praxis en la en la persona de su editor, Carlos López, la gentileza por permitir la publicación de esta selección de poemas del libro de Carlos BarbaritoCenizas del mediodía (Editorial Praxis, 2010).

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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.