"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", Jorge Luis Borges


15 de mayo de 2013

Mámá, Patria y Libertad, de Enrique Meitín


MAMÁ, PATRIA y LIBERTAD

                                                     Enrique A. Meitín

Ella siempre quiso, que todos, y sobre todo su hija Libertad, estuvieses al alcance de su mano, mejor aún en cualquier lugar cerrado. Aunque ilusionado por su amor materno no fue capaz de interiorizar que para ser lugar, necesita el vacío que reafirma la propia noción de lugar... además que ella requería, sumida en su soledad prefabricada llenar de cosas su propio espacio, mientras su hija se bastaba para ocuparlo.
El distanciamiento y luego separación de su único hombre, viudez sin difunto... al “escapar” del país, la había convertido en apologeta de la soledad, donde el amor adquiría el sabor agridulce de los recuerdos. Con el crecimiento de su hija, separada en años del resto de sus hermanos la sangre volvió a tomar impulso en sus venas. La niña le hacía libre, cautiva y carcelera de sí misma. Sentía nuevamente que vivía en alguien, por alguien, para alguien.

La risa o el llanto infantil evocaban presencias y ausencias, gustos y disgustos, recuerdos y esperanzas... de nuevo vivía. El olor a café recién colado sólo le llegaba cuando veía el rostro satis­fecho de su niña al desayunar. Las flores no existían fuera de sus manitas. Salir era una fiesta, comunión de sombras, fusión de antigüedad e infancia, le propiciaba un ambiente entusiasta e inocente.
Por primera vez tenía cada cosa en su sitio, como si la casa fuera un cuartel y ella su guardián. Agraciada en su juventud, hermosa en sus cincuenta y tantos, no descuidó un ápice la atención a su cuerpo y transmitía, en cada acto, esa sana obstinación heredada de España a su segunda hija, cosa que no había hecho con Patria, la primera, que en ocasiones se rebelaba ante tanto baño, o escondía un adorno bajo la almoha­da... después, ya adolescente, escondería la foto de Esther.
Cuba, ausente ya el padre de Libertad, la hacía correr a lo largo y ancho de la calle Paseo, con sus desniveles, para que ejercitara las piernas y se sintiera diferente. La que frente a las estatuas de los alcaldes que pululan en esa avenida del Vedado, le hablara de la gente, los bancos y los árboles. La que la introdujo en el círculo infantil primero y la escuela después… la autora de la colección de sus fotografía junto a su hermana y a ella ---principalmente junto a ella---, en las monumentos, edificios y sitios relevantes de nuestra querida ciudad de La Habana...
Desde muy temprano la enseñó a tocar el piano y la introdujo en los acordes de la guitarra, la que llego a tocar sin mucho esfuerzo, pues había heredado el oído de ella. La conducía cada viernes en la tarde, a la salida de la escuela, a los estudios del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) ---situado en la antigua CMQ en 23 y L, en el propio Vedado---, y le confesaba al oído que poseía talento artístico, la vestía de virgen vestal sin realizar ofrendas a Obatalá mientras la empujaba suavemente al estudio.
Cuando visitaban la Habana Vieja, lo que hacía frecuentemente, como anteriormente nos había llevado a nosotros, a mi hermano  Juan y a mí,  fervientes defensores de la “vetusta” Habana en la que habíamos nacido y amábamos, por sobre todas las cosas… después de mamá, claro está, le describía a la pequeña: los sitios, las arcadas, los monumentos que tanto admirábamos nosotros sus hermanos, mientras respondía con alguna mueca a sus preguntas sobre los “solares” marginales.
 Cuando esto último ocurría, Libertad lograba adivinar en el quebranto disimulado del tono autoritario de nuestra madre, la negación de acercarse a ese lugar, por miedo a perderla.
La familiarizó con sus vitrales, con “...sus sábanas blancas, colgadas de sus balcones”, con sus colas para cargar agua, con sus vendedores ambulantes ---algunos de ellos ya clandestinos---con sus negritos desnudos correteando sin frenos, y le inculcó la amable camaradería de sus habitantes junto al encanto de sentirse dueña de toda aquella “fantasía” de la ya destruida y olvidada Habana Vieja, por la falta de mantenimiento.
Le enseñó a amarla, como lo había hecho con nosotros… sus varones, e hico que la amara… y Libertad la amó, a pesar de haber nacido en el Vedado, al extremo de cuando creció y fue “becada”, al preguntársele donde había nacido, con orgullo decía... “...en La Habana Vieja, como mis hermanos.
En realidad, con respecto al resto de la familia y sobre todo, después que sólo Juan se quedó a su lado… yo había partido al “exilio” junto con mi hermana Patria, mientras papá quedaba en Cuba preso por “contra revolucionario”, se mostraba reservada, no salía a ningún lugar sin que fuera con Libertad, incluso la llevaba a visitar a su padre en la Prisión en los días de visita. Cocía, y enseñaba piano… para poder sobrevivir ambas: ella y Libertad. Se dedicó de nuevo a la música y al piano, actividades a la que logró vincularla, lo que no había logrado con la primera...
Mamá, con su segunda hija pensó poder contar con otro miembro en su “manada”, poder formarla a juicio y beneficio de ella, y de nuevo se equivocaba. Como si la individualidad de la hija mimada fuese una simple iniciación, sin divisar que en el futuro, ya fuese consciente o inconsciente­mente Libertad, en honor a su propio nombre había de ser, por siempre algo especial. Tal vez la libertad o el “libertinaje” profundamente ansiado, no solamente por la propia niña en su despertar, sino por todos nosotros donde quiera que estemos… pero en  especial por nuestra siempre querida mamá...

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"Criticar no es morder; es señalar con noble intento el lunar que desvanece la obra de la vida", José Martí.